quinta-feira, 14 de janeiro de 2010

ASIA CENTRAL GUERRAS DEL TÍO SAM






ASIA CENTRAL
Guerras del Tío Sam
Las aventuras bélicas, lejos de concluir, se acrecientan

Por: ANARAY LORENZO (inter@bohemia.co.cu)

(07 de enero de 2010)

A más soldados, más muertos(Foto Internet )

A estas alturas, ¿quién peca de ignorante y afirma que la guerra de agresión no es comodín de políticos inescrupulosos que fabrican carreras y millones a costa de usurpar y denigrar a otros, o que no es un buen pretexto para levantar mezquinas riquezas, manipular, mentir?
Pero, con todo, los conflictos en Afganistán e Iraq son dos patadas en los testículos para Washington.
La sangría económica de esos territorios es brutal, y los uniformados del tío Sam traen horrendas secuelas de la guerra. Muchos no pueden con esa carga y se quitan la vida. Hasta el 16 de noviembre, el Ejército registró 140 suicidios en soldados en activo, equivalente al total de casos de 2008.
Según un balance establecido por la Agencia Francesa de Prensa, en base a datos del sitio independiente icasualties.org, cuatro mil 367 soldados norteamericanos han perdido la vida en Iraq, mientras que 849 decesos se contabilizan en Afganistán, donde los ocupantes del Pentágono vivieron en 2009 su año más mortífero con 300 bajas. De los socios
Las “bajas residuales”(Foto Internet)
En ese contexto, hay quien afirma que Europa es una “caja de herramientas” a la que Estados Unidos puede recurrir para proseguir la conquista del planeta.
Pero entre tantos hierros algunos siempre tienden a oxidarse, como por ejemplo Reino Unido, que recientemente inició la mayor investigación sobre la guerra en Iraq, en medio de acusaciones de que el ex primer ministro Tony Blair engañó a la opinión pública para lograr su apoyo a la invasión de 2003 sin el aval de Naciones Unidas, algo que, por cierto, reconocería el ex jefe de gobierno pocos días después de manera pública.
En una entrevista para la BBC, dijo Blair que, en efecto, no existían evidencias ciertas de que las defenestradas autoridades de Iraq tuvieran armas de destrucción masiva, y que el objetivo real de la guerra era eliminar a la administración de Bagdad porque constituía “un riesgo para la zona”.
A estas alturas, casi siete años después de aquella invasión que finalmente llevó al derrocamiento y ejecución del entonces presidente iraquí Saddam Hussein, además de generar una crisis humanitaria con violaciones de derechos humanos, víctimas civiles y refugiados, la destrucción de tesoros arqueológicos, un incremento de la insurgencia, el estallido de la guerra civil, daños a la infraestructura y la privatización de los servicios iraquíes, la búsqueda de la verdad tal vez no resulte un ejercicio estéril, pero la beligerancia no cesa.
A través de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), la mayoría de los miembros europeos participó ya en dos guerras de agresión, o cuando menos en una, y se están preparando para otras.
Para Diana Johnstone, escritora y periodista estadounidense especializada en temas de política exterior europea y occidental, hoy la UE sigue como una sonámbula la vía bélica que le marca Estados Unidos.
Este estado de inconsciencia —subraya— se mantiene gracias al mito, cada vez más infantil con el paso del tiempo, de unos Estados Unidos protectores, poderosos y generosos, como último recurso para salvar a Europa de todo, y en especial de sí misma.
Según Johnstone, se puede objetar que ya no se cree en ese mito, pero se actúa siempre como si se creyera en él. La mayoría de los dirigentes europeos no duda en contar pamplinas a sus ciudadanos, como que Washington quiere situar su escudo antimisiles en Europa para defender a los nativos de los ataques iraníes, o que la guerra en Afganistán asegura de riesgos terroristas al Viejo Continente, o que Occidente es la “comunidad internacional”, el mundo civilizado, y está implicado en la defensa de los derechos humanos, entre otras “buenas causas”.
El caso afgano
La violencia en Iraq, un producto neto de la ocupación imperial (Foto Internet)
En Afganistán las cuentas se complican. El Gobierno de los Estados Unidos necesita que la OTAN contribuya con más soldados a su nueva estrategia en esa nación asiática. Sin embargo, sus miembros intentan rehuir el envío de nuevos destacamentos, debido a la creciente impopularidad de la guerra y las acusaciones de corrupción que pesan sobre el Gobierno de Kabul.
Francia, con más de tres mil soldados desplegados en territorio afgano, y Alemania, con unos cuatro mil 500, apenas pueden mantener los niveles actuales debido a la presión popular.
Reino Unido, que posee el segundo más numeroso contingente en esas tierras, enfrenta el mayor rechazo a la guerra de los últimos seis meses, y Canadá y Holanda discuten planes de retiro.
Analistas pronostican que las gestiones realizadas por el primer ministro británico Gordon Brown, y el secretario de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, ganarán para la causa, cuando más, a unos cinco mil efectivos, gracias a pequeñas contribuciones de disímiles naciones. Está claro que la Casa Blanca necesita más.
Por otro lado, la nueva estrategia diseñada en la oficina oval se las verá con que cada nación impone restricciones al tipo de actividades que pueden realizar sus soldados. Observadores apuntan que este particular deja en entredicho la capacidad militar que desplegará Washington en una región a donde llegó hace nueve años confiado de su invencibilidad.
Sin embargo, el presidente Barack Obama insiste en que Afganistán no está perdido, que tres años le bastan para terminar la guerra, pero son necesarios refuerzos de nada menos que 30 mil hombres, más los cerca de 68 mil que su país ya mantiene en suelo afgano.
Con sus servicios —argumentó— “ayudarán a crear las condiciones para que Estados Unidos pueda transferir la responsabilidad a los afganos, el objetivo final en la guerra”.
Los jerarcas norteamericanos dicen temer por su seguridad y el peligro que implica —de acuerdo con lo expresado por Obama— un retroceso en la región o que Al Qaeda pueda operar con impunidad.
La verdad es que no vemos cuáles han sido los avances. Con tanto plomo vertido sobre el área, incluidas poblaciones indefensas, Al Qaeda parece seguir atrincherada, ataca, contraataca y resulta que ahora, según se dice, mantiene sus refugios a lo largo de la frontera con Paquistán, e incluso los ha establecido en Yemen.
También suena absurdo que si en enero de 2009 el costo de las guerras en Iraq y Afganistán se acercaba a un billón de dólares, ahora el jefe del ejecutivo norteamericano “alerte” que la guerra no será barata (el envío de los soldados adicionales costará cerca de 30 mil millones de dólares en un año), pero aun así enfrentará los costos.
Vaya discurso, cuando gran parte de Estados Unidos permanece atrapado en el infierno económico, con una de cada diez personas sin trabajo, lo que significa la tasa más alta de desempleo en 26 años.
Añádanse a este mejunje, además, las muy recientes declaraciones del propio Gobierno títere afgano, ese que apenas controla los barrios más cercanos al centro de Kabul, en el sentido que se necesitarán de 15 a 20 años para que las autoridades locales cuenten con fuerzas capaces de controlar los brotes de insurgencia, por lo que el apoyo militar norteamericano se hace muy necesario.
Afanes de dueño
Cabe pensar, pues, que en los planes expansionistas del Imperio es necesaria la presencia de una “amenaza exterior”, y si esta no existe, se inventa. Como explica la propia Diana Johnstone, hace 20 años, en el momento de la “caída del Muro”, es decir, del desmoronamiento del bloque socialista europeo y la desaparición de la Unión Soviética, en el adversario del oeste se producía un movimiento de pánico. ¿Qué iba a ocurrir sin el fantasma que daba vida a la economía bélica?
Pero para seleccionar otros espantajos estaban los “gabinetes de ideas”, esos almacenes de criterios financiados generosamente por el sector privado para ofrecer al sector público —es decir, al Pentágono y a sus representantes en el Congreso y en el Gobierno— las razones de ser y de actuar que necesiten.
Con Reagan se señaló al terrorismo; con Bush padre a Saddam Hussein, seguido del nacionalismo serbio y de las violaciones de los derechos humanos; más tarde de nuevo el terrorismo, y ahora hay una auténtica explosión de “amenazas” a la que se debe responder, aunque no todas sean nuevas.
Estas son, por ejemplo, el sabotaje cibernético, el cambio climático, el terrorismo, las violaciones de los derechos humanos, el genocidio, el tráfico de drogas, los estados maléficos, la piratería, la subida de los niveles del mar, la escasez de agua, la desertización, las migraciones, la probable disminución de la producción agraria, la diversificación de las fuentes de energía, y muchas más.
Estudiosos coinciden que la respuesta predeterminada a estas amenazas es forzosamente militar y no diplomática. La diplomacia por estos días es un juego de niños.
En su libro Imperialismo del Siglo XXI: Las Guerras Culturales, el investigador y ensayista cubano Eliades Acosta Matos, refiere nuevas estrategias de dominación imperial y aporta suficientes argumentos en su definición. El neolenguaje, una de ellas, es clara manifestación de cómo los políticos neoconservadores “estrujan, maceran, pervierten y adocenan el léxico y, en consecuencia, el pensamiento para vendernos, como si fuesen glamorosos y eficaces, la política y los principios que defienden”.
Al quedarse en Afganistán, Estados Unidos se da una nueva oportunidad para pretender convencer a amigos y enemigos acerca de la supuesta justeza de su causa.
Hablan de un cambio de estrategia y, como expone el investigador cubano, se presentan ante el público cual arcángeles inmaculados, portadores de la Buena Nueva de los valores y las virtudes, pero lo cierto es que en el terreno de la realidad los neoconservadores rinden culto a la fuerza bruta, a las invasiones y los cambios de régimen. Afganistán e Iraq son “prueba de su denodada defensa de los gastos militares crecientes y del fortalecimiento de la ‘Seguridad Nacional’, a costa, incluso, de las libertades esenciales del ciudadano norteamericano”.
Tan lamentable como ilustrativa de la hipocresía y el desenfreno de las élites estadounidenses, es la opinión al respecto del investigador del American Enterprise Institute, James K. Glassman. Según su parecer, el repudio mundial a las políticas imperialistas norteamericanas, especialmente en Oriente Medio, no se debe a sus objetivos abiertamente expansionistas, ni a sus medios, evidentemente genocidas e inmorales, sino a que no se han adoptado políticas “vigorosas” para hacer oír el discurso norteamericano.
Estas consideraciones bien entronizadas en el “clan”, así definido por Acosta Matos, indican que los neoconservadores siguen y seguirán embelesados con su propio discurso… y fallan.
Gran parte de ese error radica en no querer aceptar el papel de la resistencia y movilización de los pueblos hacia donde apuntan sus tramposas cañoneras. Y es que dentro de tanto marasmo, hay una luz que todavía brilla: naciones y regiones enteras tienen y acrecientan la capacidad de levantarse.

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